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Murió Chavez ¿Cuál será tu causa?

In Prosas Propias on 6 marzo, 2013 at 1:55 PM

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Murió Chavez.. Una pérdida incalculable para el concierto político internacional. Una pieza fundamental del esquema de fortalecimiento regional de Latinoamérica. Y por sobre todas las cosas un líder popular y carismático, de esos que aparecen pocas veces.

Desde la noticia, el mundo lo ha colocado al tope de los portales y diarios. El mundo entero miró a Venezuela por Chavez y en parte escuchó a la región por sus políticas.

Tomó medidas y ejecutó acciones para el Pueblo. Utilizó la fortaleza económica del petróleo venezolano para mejorar las condiciones de los más necesitados. Negar que falta seguir por este camino para lograr más cambios, es tan inútil como negar lo que se hizo. No se logra una revolución de ningún tipo sin cambios radicales que incomoden a muchos y no se revierten políticas centenarias con décadas de gobierno.

De estas «vidas que mueren por la vida», deberíamos aprender de que las ideas tienen que volver a reinar por sobre los intereses. Que los proyectos políticos no se construyen sobre una figura popular o los lineamientos del marketing.

Más allá de que si ayer lo lamentaste desde lo humano o lo ideológico (espero no haya nadie de los que festejaban porque son los mismos que escribían Viva el Cáncer) recordá que la sociedad necesita tipos como él, con ideas y posturas firmes para llevar adelante un proyecto social – político. Por más cerca o lejano que estés de su proyecto, es el momento de que todos pensemos en términos de que la sociedad necesita que asumamos nuestro rol y seamos parte.

Pagar impuestos ya no es suficiente, leer más de un diario tampoco. Ser un exitoso empresario es insuficiente, trabajar solo para subsistir sin proyectar no sirve. Ayer murió un hombre que transpiraba política y nosotros deberíamos trata de imitarlo, desde el lado político que fuese, pero debatir, pensar, transmitir, leer, buscar, decir, aprender. Esta sería la única forma de que sumemos a la sociedad, realmente.

En su país, como en toda Latinoamérica, queda mucho por hacer. Mejorar todos los «modelos» y seguir creciendo o aprendiendo en todos los ámbitos. No hay políticos eternos, solo liderazgos que perduran y pensamientos que sobreviven. Los bandos desaparecen y solo quedan los hombres con sus causas y sus obras.

Los límites de la ciberdisidencia

In Malas Viejas on 29 junio, 2010 at 10:25 AM

Tal vez haya habido demasiado entusiasmo mediático al valorar el potencial de los ‘blogueros‘ y las redes sociales para combatir regímenes autoritarios. Estos, desde Cuba a Irán, ya han encontrado cortafuegos.

En los últimos meses, los interesados en cómo las nuevas tecnologías pueden facilitar un desafío a las sociedades autoritarias hemos asistido a una interesante polémica entre los investigadores, escritores y, por supuesto, blogueros Evgeny Morozov y Clay Shirky. Diversos medios anglosajones (Prospect, The Wall Street Journal, Foreign Policy) han publicado argumentos del debate, que abarca fenómenos muy diferentes (las movilizaciones postelectorales bielorrusas, en 2006; las manifestaciones de los monjes birmanos en 2007; la llamada revolución verde que sacudió Irán hace justo un año…), pero con un denominador común:

El importante papel que han jugado las nuevas tecnologías en su organización y en la divulgación, casi instantánea, de la represión gubernamental.

Engrosadas por una amplia repercusión mediática, las expectativas de quienes vieron en las nuevas tecnologías la clave de una nueva y glamorosa forma de lucha política, capaz de emancipar a la sociedad civil por los caminos de la protesta masiva, han quedado un tanto defraudadas. El resultado a la vista es que ninguno de esos movimientos ha conseguido derrocar a régimen alguno, aunque sin duda los ha debilitado de cara a la opinión pública internacional.

Morozov, pesimista hasta la exageración, llega incluso a culpar a los partidarios de la ciberdisidencia y al excesivo entusiasmo mediático de perjudicar las causas que trataban de promover y de provocar justo lo contrario de lo que pretendían: una mayor represión, una extensión de los límites de la vigilancia autoritaria.

Un artículo de Golnaz Esfandiari en el último número de Foreign Policy, dedicado a Irán, describía la «Revolución Twitter» del año pasado como «un meme irresistible» para demasiados analistas y periodistas, «una de esas historias que se escriben solas». Todo parece indicar que, en efecto, la prensa occidental exageró el verdadero impacto de Twitter como medio de comunicación de los activistas que estaban sobre el terreno.

Cualquiera que sea nuestra posición ante esta polémica, bien aplaudamos el entusiasmo de Shirky a propósito de la «organización sin organizaciones», la «nueva estructura cívica» o la «enfermedad tecnológica autoinmune», o, en cambio, compartamos el pesimismo de Morozov y otros al sugerir que los Estados autoritarios son lo bastante fuertes como para resistir el descontento popular y reprimir a los ciberdisidentes, resulta evidente que el panorama de la contestación política en sociedades cerradas ha sufrido en estos últimos años una mutación importante, asociada al uso de nuevos medios tecnológicos.

Uso el término «mutación» para dejar claro que no se trata solo de una nueva manera de transmitir el discurso de la disidencia clásica. No es solo cuestión de contar con «nuevas herramientas», más ágiles y seguras que aquellas proclamas o samizdats que antes se pasaban de mano en mano. Esas «herramientas» han comenzado a generar nuevas y contagiosas formas de organización social que, además de traducirse o no en protestas masivas, pueden ayudar a reconstruir el tejido de la sociedad civil.

Tal vez en esa novedosa y atractiva condición de la ciberdisidencia estén también los gérmenes de su fracaso a corto plazo. Porque las sociedades autoritarias se han demostrado capaces de adecuar sus técnicas de represión a las nuevas tecnologías, y de aprovechar las ventajas de la democracia sin concedérselas a sus ciudadanos.

Se puede, como en el caso de China, crear clones locales (censurados) de los sitios más famosos de la Web 2.0, al estilo de Facebook o YouTube, y seguir manteniendo una Gran Muralla cibernética argumentando motivos de seguridad. En otros casos, como ha hecho el régimen iraní, un gran ejército casi invisible de esbirros pagados y «verdaderos creyentes» se dedica a cazar disidentes y a distorsionar los debates en la Red -e, incluso, a fabricar «hechos» a conveniencia-.

Lo triste es que todo esto sucede, muchas veces, con la complicidad de compañías occidentales como Nokia y Siemens, que han estado vendiendo a Irán la tecnología y el know-how necesario para vigilar Internet.

Desde el pasado septiembre, los Guardianes de la Revolución iraní son los dueños del emporio de las telecomunicaciones que controla todo el acceso a la Red, los teléfonos celulares y las redes sociales. «La historia de la ciberyihad iraní«, hacía notar hace poco Abbas Milani, «ha pasado casi inadvertida en los medios occidentales, a pesar de su gran escala».

Tiene razón. Hace unos meses yo mismo participé en un encuentro con ciberdisidentes auspiciado por el George Bush Institute, Freedom House y el Berkman Center de la Universidad de Harvard. La preocupación principal de todos los bloguerosy expertos con los que pude conversar allí era la tecnología que personas inescrupulosas están vendiendo a Gobiernos censores como China, Siria o Irán, y el uso cada vez más activo que esos Gobiernos hacen de los nuevos medios.

Se trata, en pocas palabras, de combatir la revuelta digital con sus propias armas, una estrategia atractiva, incluso para el presidente venezolano, Hugo Chávez, que en un mes pasó de censor de la Red a twittero célebre. Sin embargo, en Latinoamérica la balanza se inclina, por el momento, hacia quienes usan las nuevas tecnologías para incentivar la protesta social.

Incluso una sociedad como la cubana, que participa de manera marginal en el auge de las nuevas tecnologías -no olvidemos que en la isla las estadísticas más optimistas de acceso a Internet rondan el 10% de su población, y que conectarse una hora cuesta la mitad del salario medio- se ha colocado en el mapa de la ciberdisidencia gracias a la acción de una élite decidida a explotar las ventajas democráticas de los nuevos medios.

Inspirados por Yoani Sánchez y otros blogueros, muchos jóvenes cubanos han perdido el temor a opinar. En la isla aumenta el uso de móviles para documentar la represión y son cada vez más numerosas las «filtraciones» de información vedada. Twitter sigue creciendo. El castrismo tiene serias razones para preocuparse si la disidencia tradicional y los blogueros deciden hacer causa común en varios frentes, aprovechando el mecanismo de las «cascadas de información», descrito por Susanne Lohmann y aplicado por Shirky al activismo digital.

Por eso ha comenzado a usar la misma estrategia de Irán: una contraofensiva cibernética que incluye la renovación de sus webs, mayor presencia en redes sociales, plataformas de blogs oficialistas dedicados a difamar y criticar a los blogueros independientes, cibercomandos de respuesta rápida formados por estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas…

Por el momento, estos métodos no han bastado para limitar a los blogueros. Pero el Gobierno sigue postergando la conexión del cable de banda ancha desde Venezuela -previsto, ahora, para 2011-, así que la blogosfera cubana exhibe todavía, para desgracia de tirios y troyanos, una influencia limitada.

¿Bastan todos estos síntomas para confiarle a Internet un rol clave en la contestación política de nuestra época?

La mutación propiciada por las nuevas tecnologías es un síntoma estimulante, pero corre el riesgo de quedarse estancada en acciones confusas y sin un público definido. En sociedades autoritarias, la confusión entre «medio» y «mensaje» no parece haber contribuido a una libertad que rebase las alternativas a la prensa oficial, y el uso político de la Red se ha demostrado más influyente en sistemas con altos índices de democracia y transparencia.

Cada vez más analistas se preguntan hasta qué punto puede derrocarse a un régimen desde esa especie de ilusión democrática (y narcisista) que propicia Internet. A lo mejor en esos escenarios donde el espacio para los reclamos libertarios es por fuerza minoritario y demasiado susceptible de control, hay que volver a los viejos métodos del disidente tradicional: hacer huelgas, salir a las calles, arriesgar un desafío que dependa menos de la imagen mediática.

Fuente: Diario El País

+ Manual para Ciberdisidentes

El Quinto Poder

In Paladar mostaza, Pasiones on 31 marzo, 2010 at 12:40 PM

Por Ignacio Ramonet

La prensa y los medios de comunicación han sido, durante largos decenios, en el marco democrático, un recurso de los ciudadanos contra el abuso de los poderes. En efecto, los tres poderes tradicionales -legislativo, ejecutivo y judicial- pueden fallar, confundirse y cometer errores. Mucho más frecuentemente, por supuesto, en los Estados autoritarios y dictatoriales, donde el poder político es el principal responsable de todas las violaciones a los derechos humanos y de todas las censuras contra las libertades.

Pero en los países democráticos también pueden cometerse graves abusos, aunque las leyes sean votadas democráticamente, los gobiernos surjan del sufragio universal y la justicia -en teoría- sea independiente del ejecutivo. Puede ocurrir, por ejemplo, que ésta condene a un inocente (¡cómo olvidar el caso Dreyfus en Francia!); que el Parlamento vote leyes discriminatorias para ciertos sectores de la población (como ha sucedido en Estados Unidos, durante más de un siglo, respecto de los afro-estadounidenses, y sucede actualmente respecto de los oriundos de países musulmanes, en virtud de la «Patriot Act»); que los gobiernos implementen políticas cuyas consecuencias resultarán funestas para todo un sector de la sociedad (como sucede, en la actualidad, en numerosos países europeos, respecto de los inmigrantes «indocumentados»).

En un contexto democrático semejante, los periodistas y los medios de comunicación a menudo han considerado un deber prioritario denunciar dichas violaciones a los derechos. A veces, lo han pagado muy caro: atentados, «desapariciones», asesinatos, como aún ocurre en Colombia, Guatemala, Turquía, Pakistán, Filipinas, y en otros lugares. Por esta razón durante mucho tiempo se ha hablado del «cuarto poder». Ese «cuarto poder» era, en definitiva, gracias al sentido cívico de los medios de comunicación y al coraje de valientes periodistas, aquel del que disponían los ciudadanos para criticar, rechazar, enfrentar, democráticamente, decisiones ilegales que pudieran ser inicuas, injustas, e incluso criminales contra personas inocentes. Era, como se ha dicho a menudo, la voz de los sin-voz.

Desde hace una quincena de años, a medida que se aceleraba la mundialización liberal, este «cuarto poder» fue vaciándose de sentido, perdiendo poco a poco su función esencial de contrapoder. Esta evidencia se impone al estudiar de cerca el funcionamiento de la globalización, al observar cómo llegó a su auge un nuevo tipo de capitalismo, ya no simplemente industrial sino predominantemente financiero, en suma, un capitalismo de la especulación. En esta etapa de la mundialización, asistimos a un brutal enfrentamiento entre el mercado y el Estado, el sector privado y los servicios públicos, el individuo y la sociedad, lo íntimo y lo colectivo, el egoísmo y la solidaridad.

El verdadero poder es actualmente detentado por un conjunto de grupos económicos planetarios y de empresas globales cuyo peso en los negocios del mundo resulta a veces más importante que el de los gobiernos y los Estados. Ellos son los «nuevos amos del mundo» que se reúnen cada año en Davos, en el marco del Foro Económico Mundial, e inspiran las políticas de la gran Trinidad globalizadora: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio.

Es en este marco geoeconómico donde se ha producido una metamorfosis decisiva en el campo de los medios de comunicación masiva, en el corazón mismo de su textura industrial.

Los medios masivos de comunicación (emisoras de radio, prensa escrita, canales de televisión, internet) tienden cada vez más a agruparse en el seno de inmensas estructuras para conformar grupos mediáticos con vocación mundial. Empresas gigantes como News Corps, Viacom, AOL Time Warner, General Electric, Microsoft, Bertelsmann, United Global Com, Disney, Telefónica, RTL Group, France Telecom, etc., tienen ahora nuevas posibilidades de expansión debido a los cambios tecnológicos. La «revolución digital» ha derribado las fronteras que antes separaban las tres formas tradicionales de la comunicación: sonido, escritura, imagen. Permitió el surgimiento y el auge de internet, que representa una cuarta manera de comunicar, una nueva forma de expresarse, de informarse, de distraerse.

Desde entonces, las empresas mediáticas se ven tentadas de conformar «grupos» para reunir en su seno a todos los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio, televisión), pero además a todas las actividades de lo que podríamos denominar los sectores de la cultura de masas, de la comunicación y la información. Estas tres esferas antes eran autónomas: por un lado, la cultura de masas con su lógica comercial, sus creaciones populares, sus objetivos esencialmente mercantiles; por el otro, la comunicación, en el sentido publicitario, el marketing, la propaganda, la retórica de la persuasión; y finalmente, la información con sus agencias de noticias, los boletines de radio o televisión, la prensa, los canales de información continua, en suma, el universo de todos los periodismos. Lee el resto de esta entrada »