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La nota de Maria Elena Walsh que enfrentó a la censura en la dictadura

In Paladar mostaza, Pasiones on 11 enero, 2011 at 9:46 AM

En agosto de 1979, en el Suplemento “Cultura y Nación” de Clarín, María Elena Walsh publicó la nota, de la que aquí se reproduce un fragmento. Desde los 15 años, cuando apareció su primer poema en la revista El Hogar, escribió y publicó en casi todos los géneros. Falleció el 10 de enero de 2011, los niños hoy parecen estar mas solos y los adultos tener menos fantasías conscientes.

Si alguien quisiera recitar el clásico “Como amado en el amante / uno en otro residía …” por los medios de difusión del País-Jardín, el celador de turno se lo prohibiría, espantado de la palabra amante, mucho más en tan ambiguo sentido.

Imposible alegar que esos versos los escribió el insospechable San Juan de la Cruz y se refieren a Personas de la Santísima Trinidad. Primero, porque el celador no suele tener cara (ni ceca). Segundo, porque el celador no repara en contextos ni significados. Tercero, porque veta palabras a la bartola, conceptos al tuntún y autores porque están en capilla.

Atenuante: como el celador suele ser flexible con el material importado, quizás dejara pasar “por esa única vez” los sublimes versos porque son de un poeta español.

Agravante: en ese caso los vetaría sólo por ser poesía, cosa muy tranquilizadora. El celador, a quien en adelante llamaremos censor para abreviar, suele mantenerse en el anonimato, salvo un famoso calificador de cine jubilado que alcanzó envidiable grado de notoriedad y adhesión popular.

El censor no exhibe documentos ni obras como exhibimos todos a cada paso. Suele ignorarse su currículum y en que necrópolis se doctoró. Sólo sabemos, por tradición oral, que fue capaz de incinerar La historia del cubismo o las Memorias de (Groucho) Marx. Que su cultura puede ser ancha y ajena como para recordar que Stendhal escribió dos novelas: El rojo y El negro, y que ambas son sospechosas es dato folklórico y nos resultaría temerario atribuírselo.

Tampoco sabemos, salvo excepciones, si trabaja a sueldo, por vocación, porque la vida lo engañó o por mandato de Satanás.
Lo que sí sabemos es que existe desde que tenemos uso de razón y ganas de usarla, y que de un modo u otro sobrevive a todos los gobiernos y renace siempre de sus cenizas, como el Gato Félix. Y que fueron ¡ay! efímeros los períodos en que se mantuvo entre paréntesis.

La mayoría de los autores somos moralistas. Queremos —debemos— denunciar para sanear, informar para corregir, saber para transmitir, analizar para optar. Y decirlo todo con nuestras palabras, que son las del diccionario. Y con nuestras ideas, que son por lo menos las del siglo XX y no las de Khomeini.

El productor-consumidor de cultura necesita saber qué pasa en el mundo, pero sólo accede a libros extranjeros preseleccionados, a un cine mutilado, a noticias veladas, a dramatizaciones mojigatas. Se suscribe entonces a revistas europeas (no son pornográficas pero quién va a probarlo: ¿no son obscenas las láminas de anatomía?) que significativamente el correo no distribuye.

Un autor tiene derecho a comunicarse por los medios de difusión, pero antes de ser convocado se lo busca en una lista como las que consultan las Aduanas, con delincuentes o “desaconsejables”. Si tiene la suerte de no figurar entre los réprobos hablará ante un micrófono tan rodeado de testigos temerosos que se sentirá como una nena lumpen a la mesa de Martínez de Hoz: todos la vigilan para que no se vuelque encima la sémola ni pronuncie palabrotas. Y el oyente no sabe por qué su autor preferido tartamudea, vacila y vierte al fin conceptos de sémola chirle y sosa.
Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos de Quino que se preguntaban: “¿Nosotros qué éramos …?”

El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la imaginación, que debería ser constitucional.

La autora firmante cree haber defendido siempre principios éticos y/o patrióticos en todos los medios en que incursionó. Creyó y cree en la protección de la infancia y por lo tanto en el robustecimiento del núcleo familiar. Pero la autora también y gracias a Dios no es ciega, aunque quieran vendarle los ojos a trompadas, y mira a su alrededor. Mira con amor la realidad de su país, por fea y sucia que parezca a veces, así como una madre ama a su crío con sus llantos, sus sonrisas y su caca (¿se podrá publicar esta palabra?). Y ve multitud de familias ilegalmente desarticuladas porque el divorcio no existe porque no se lo nombra, y viceversa. Ve también a mucha gente que se ama —o se mata y esclaviza, pero eso no importa al censor— fuera de vínculos legales o divinos.

Pero suele estarle vedado referirse a lo que ve sin idealizarlo. Si incursiona en la TV —da lo mismo que sea como espectador, autor o “invitado”— hablará del prêt-à-porter, la nostalgia, el cultivo de begonias. Contemplará a ejemplares enamorados que leen Anteojito en lugar de besarse. Asistirá a debates sobre temas urticantes como el tratamiento del pie de atleta, etcétera.

El público ha respondido a este escamoteo apagando los televisores. En este caso, el que calla —o apaga— no otorga. En otros casos tampoco: el que calla es porque está muerto, generalmente de miedo.

Cuando ya nos creíamos libres de brujos, nuestra cultura parece regida por un conjuro mágico no nombrar para que no exista. A ese orden pertenece la más famosa frase de los últimos tiempos: “La inflación ha muerto” (por lo tanto no existe). Como uno la ve muerta quizás pero cada vez más rozagante, da ganas de sugerirle cariñosamente a su autor, el doctor Zimmermann, que se limite a ser bello y callar.

Sí, la firmante se preocupó por la infancia, pero jamás pensó que iba a vivir en un País-Jardín-de-Infantes. Menos imaginó que ese país podría llegar a parecerse peligrosamente a la España de Franco, si seguimos apañando a sus celadores. Esa triste España donde había que someter a censura previa las letras de canciones, como sucede hoy aquí y nadie denuncia; donde el doblaje de las películas convertía a los amantes en hermanos, legalizando grotescamente el incesto.

Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabernos intrincada y de la que somos beneficiarios. Pero eso ya no justifica que a los honrados sobrevivientes del caos se nos encierre en una escuela de monjas preconciliares, amenazados de caer en penitencia en cualquier momento y sin saber bien por qué. (….)

Fuente: Ñ

Hacktivismo y Ciberguerra, lo que viene

In AguaSuaves on 10 diciembre, 2010 at 9:47 AM

El mundo mira extrañado a su interior por la creciente ‘inseguridad’ estructural que se padece. Me refiero que este final de año ha colocado en una pendiente a los sistemas informáticos mundiales. Las filtraciones de WikiLeaks, el Hacktivismo contra determinadas empresas y la exacerbación de una posible Ciberguerra son algunos de los títulos que parecen preceder a un desenlace incalculable.

Al mezclar los términos hackeractivismo nos encontramos frente al hacktivismo, concepto que tiene algo así como 15 años desde que acuñó como «la utilización no-violenta de herramientas digitales ilegales o legalmente ambiguas persiguiendo fines políticos. Estas herramientas incluyen desfiguraciones de webs, redirecciones, ataques de denegación de servicio, robo de información, parodias, sustituciones virtuales, sabotajes virtuales y desarrollo de software».

De esta manera, la desobediencia civil se cierne sobre aquellos pocos instruidos y capacitados a boicotear sistemas informáticos sin límites. Sin dudas, este será el movimiento contracultural del siglo XXI que ha encontrado en las nuevas tecnologías su forma de expresión.

En este escenario es donde WikiLeaks salta a escena y a mi entender cambiará la historia. Básicamente porque ha logrado sacar a luz aquello que tantos profesores de historia comentaban pero no podían probar, consiguió lo que los medios jamás se animaron o pudieron, encontraron todo aquello que siempre se buscó y desnudó al poder.

Con respecto al movimiento Wikileaks, sobre las guerras de AfganistánIrak, y de la diplomacia planetaria de EE UU, según indica Miguel Ángel Bastenier debemos distinguir dos realidades: el material informativo en sí mismo, y la propiedad política y moral de esa exposición. (ver)

Julian Assange declaraba que “periódicos y televisiones se han convertido en seleccionadores de contenidos tutelados” y recuerda que “dado el estado de impotencia actual del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista”.

Lejos de hacer de Assange un líder de este tiempo,  me parece hay que colocarlo en el escalón correspondiente. Dirigente de un grupo de activistas independientes (se supone) que será recordado por haber acelerado un proceso donde el poder cambia de manos y se declama en un teclado de computadora. Aunque el mundo sigue girando en el mismo sentido.

Donde si se puede esperar algún efecto es en la clase de los diplomáticos profesionales, hacia adentro de las oficinas de los servicios exteriores. Obviamente es un golpe duro, aunque estamos lejos de saber aún si se trata del11 de Septiembre de la Diplomacia. (leer análisis de RRII)

A su vez, los ataques de ciberactivistas contra los sitios de Pay Pal, Mastercard y Visa dejaron en evidencia este miércoles que el compromiso a favor de la libertad de expresión de FacebookTwitter tiene límites difusos. (leer nota sobre las redes sociales y la libertad de expresión) Quedan dudas aún de si Twitter censura a Wikileaks y así continuaremos en el debate de intereses ahora expuestos a un click de distancia.

En estas condiciones es que hemos visto en los diarios el pasaje de la guerra santa de principio de siglo a la Ciberguerra que hoy se combate con trincheras repletas de gigabytes y tanquetas de virus. Miguel Suárez, experto en seguridad informática de Symantec que estamos en el medio de las batallas informáticas «y va a ser mucho más común en los próximos años. De hecho, cada vez es más normal que no solo compañías, sino también los Gobiernos recurran a consultores a la hora de definir los planes de protección de infraestructuras críticas».

«Si se diese una ciberguerra la forma sería diferente y se nos haría entender que la Red es global pero causa efecto local. La estrategia ya no es con un ejército, un mapa y una brújula», indica Antonio Miguel Fumero. Lo que nos lleva a pensar inevitablemente que tan seguros estamos en nuestros países, en términos gubernamentales y también desde las empresas. ¿Cuántas estructuras poseemos al alcance de un golpe informático?

Una de las características de nuestra época es, como enunciaba Jesús Pérez Triana en Guerras posmodernas, el «ascenso de un nuevo tipo de actor internacional de escala cada vez más pequeña». Los mismos cambios tecnológicos que dan la posibilidad a pequeñas firmas de convertir un producto en fenómeno global o a un periodista en celebridad planetaria, permiten que comunidades de escala casi invisible «colapsen» sistemas vitales en la actual estructura de la globalización.

Y agrega David de Ugarte, al final de su columna, que la postmodernidad se parece cada vez más al mundo descrito por Bruce Sterling en Islas en la Red, y, como en aquella mítica novela, la ciberguerra es solo la telonera de las estrellas por llegar.

> Los documentos fueron filtrados a El PaísThe New York Times, Der Spiegel, Le Monde y The Guardian (Haz click en cada diario y conoce como contaron la historia).

Foto: skuggen.com

¿Twitter censura a WikiLeaks?

In Malas Viejas on 6 diciembre, 2010 at 4:17 PM

El viernes pasado me preguntaba qué pasaría si Google borrara de sus resultados de búsqueda la palabra Wikileaks. En ese tiempo lejano -fue hace tanto que España no estaba ni en estado de alerta- sonaba a ciencia ficción, a pesar de que Amazon y EveryDNS ya habían puesto un par de excusas para deshacerse de su incómodo cliente. En estos momentos, tras la cancelación por parte de PayPal (el sistema de pago por internet más popular del mundo) de la cuenta de Wikileaks, quedan ya pocas dudas sobre la existencia de un boicot estadounidense llevado a cabo por empresas de internet contra la organización de Assange.

Los internautas, tímidamente, han empezado a organizarse para devolver el golpe dándose de baja de los servicios que maltraten a Wikileaks oconvocando huegas de uso. También han creado más de 500 mirrors (espejos, copias exactas de la web) y han redirigido sitios inactivos a Wikileaks. Los lemas «Save Wikileaks» y «I’m Wikileaks» han servido de banderas.

En las últimas horas se ha extendido la información de que Twitter está censurando en sus trending topics -la lista de términos que están creciendo más rápidamente- todo lo referido a Wikileaks. Un blogger lo ha argumentado en su web, basándose en otras sospechas y en una investigación basada la herramienta Trendistic. La propia cuenta oficial en Twitter de Wikileaks ha difundido el enlace al post de este blogger, lo que se ha entendido como que la organización está de acuerdo con su opinión.

El asunto no es baladí. La lista de trending topics es tan importante en Twitter que se paga por aparecer en ella. Figurar significa que un montón de las personas más conectadas del mundo se preguntarán por qué está esa palabra ahí, lo que contribuirá a que sea más popular aún. Lo que es trending es noticia por el mero hecho de serlo (sirva de ejemplo este mismo blog).

Pantallazo
Ni en los trending globales ni en los españoles aparece ahora mismo Wikileaks, ni ningún término relacionado, cuando el volumen de conversación sobre el tema es ingente. He mirado algunas herramientas que también generan sus propios «trendings» a partir de Twitter, como Toowit o Topsy y en ellas sí que está presente. Aunque la verdad es que ninguna de ellas (y tampoco Trendistic) son tan fiables como para asegurar 100% que Twitter esté manipulando sus algoritmos para que Wikileaks no aparezca en su «top».

Chart
Chart2
Topsy

Josh Elman, un empleado de Twitter, ha negado en los comentarios de uno de los blogs implicados en la polémica que estén manipulando sus listas. “Twitter no ha modificado los ‘trends’ ni para ayudar ni para impedir a wikileaks ser tendencia. #cablegate fue tendencia la pasada semana y varios términos alrededor del asunto han sido tendencia en distintas regiones durante la semana pasada.

‘Trends ‘no va sólo sobre el volumen de una búsqueda sino también sobre la diversidad de personas y de tweets sobre un tema y busca incrementos orgánicos sobre la norma». En Boing Boing dicen que es posible que #wikileaks sea tan trending que por eso mismo ha pasado a ser un tema de fondo y no un tema caliente.

En cualquier caso lo cierto es que no tenemos una forma exacta de saber si Twitter está censurando o no  temas, aunque la sospecha está ahí desde hace tiempo. La semana pasada fueron acusado de obviar los trendings sobre el aumento de tasas a estudiantes británicos, algo inmediatamente negado como absurdo por la empresa de San Francisco. Lo mismo ocurrió en mayo durante el ataque israelí a la flotilla de ayuda humanitaria en Gaza, cuando desaparecieron los ‘hashtags’ relacionados. Entonces se echó la culpa a un error técnico.

Los algoritmos son un gran excusa, porque aún hay quien cree que los números son neutrales. Que se lo digan a Google, que será investigado por Bruselas por manipular sus propias búsquedas. La otra gran excusa son los términos de uso. Mientras escribo este post me entero de que el banco suizo en el que está una de las cuentas de Assange se la ha cancelado porque no es residente de Suiza. Amazon, EveryDNS y Paypal también se han agarrado al mismo tipo de excusa: leer con lupa los contratos con los usuarios.

Los ataques son cibernéticos pero no por ello menos reales (robo de documentos, cuentas canceladas, ataques DDOS, desconexiones de dominios), no es fácil llegar a los hechos porque son secretos industriales, uno de los combatientes es en el fondo una mera página web, las empresas actúan veladamente en representación de gobiernos y se excusan en términos de uso y algoritmos, la resistencia se organiza por la red, no sabemos qué pensar.

Son los primeros pasos de una infoguerra. Infowar. La oiremos mucho porque es el tipo de palabras (como ‘ciberguerra‘) que nos gustan a los periodistas. La ha usado para describir la situación uno de los padres de internet y autor de la Declaración de Independencia del Ciberespacio, John Perry Barlow. «The first serious infowar is now engaged. The field of battle is WikiLeaks. You are the troops. #WikiLeaks»» (algo así como «La primera guerra de información está ahora en marcha. El campo de batalla es Wikileaks. Vosotros sois las tropas») dice en un tweet. En las guerras de antes, como en las de ahora, la censura es un síntoma no siempre claro.

Fuente: Trending Topics

Activismo y democracia durante el liberalismo del iPod

In Malas Viejas on 12 noviembre, 2010 at 8:37 PM

Evgeny Morozov es a la vista un gordito ruso e inofensivo, aunque detrás de esos lentes y miradas de oficinista se oculta una teoría sobre la sociedad e internet que a mas de uno a sorprendido estos años. El periodista belarús, invita a pensar que internet y las innovaciones tecnológicas no siempre promueven la libertad y la democracia. Su tesis es la crítica a lo que llama El liberalismo del iPod y vale la pena oírlo.

¿Internet ayuda a los regímenes opresivos a reprimir la disidencia? Morozov demuestra que muchas veces el “dejar hacer en Internet” y no operar con la censura directa y explícita puede ser un recurso todavía más efectivo para los que entienden la potencialidad de la plataforma online.

Según el autor, Twitter es fantástico para compartir enlaces y comunicarse con los amigos, pero no tan eficaz a la hora de fomentar la democracia y derrocar dictaduras. Sobre Internet reniega que nos dijeron que marcaría el comienzo de una nueva era de libertad, activismo político y paz perpetua. Se equivocaron.

«Si sólo nos centramos en cómo utiliza la gente las redes sociales a la hora de organizarse antes, durante y después de unas elecciones, pasamos por alto los restantes efectos que a largo plazo tiene Internet sobre la vida pública, social y política de los Estados autoritarios.

¿No deberíamos preguntarnos si la Red no vuelve a la gente más receptiva a los mensajes nacionalistas? ¿O si no podría favorecer una ideología- ligeramente hedónica- que de facto mantiene a las personas más alejadas que nunca de la participación política razonable? ¿Facilita tal vez en las dictaduras el acceso al poder de fuerzas no estatales, pero que no apuestan precisamente por la democracia y la libertad?

Éstas son preguntas difíciles para las que no encontraremos respuestas mientras nos centremos en quién ve más aumentada su influencia durante una ola de protestas: si el Estado o los manifestantes. Porque, bueno, algunos países no viven muchas olas de protestas. O elecciones. En China, los procesos electorales a nivel nacional no existen.

«Si por lo tanto nos preguntamos: ‘¿qué influencia ejerce Internet sobre las oportunidades de democratización de Estados como China?’, tendremos que considerar algo más que la capacidad de sus ciudadanos de comunicarse entre sí o con quienes les apoyan desde Occidente. Hace poco me topé con una estadística fascinante: al parecer, hasta 2003 el gobierno chino había invertido 120.000 millones de dólares en el e-gobierno, y unos 70 millones en el Escudo Dorado, su proyecto de censura.

Comparando estas dos cifras puede constatarse lo entusiasta que se muestra el Ejecutivo chino ante las posibilidades que le brinda la actividad en línea. Nada sorprendente: ésta mejora su eficiencia y le hace aparecer más transparente y resistente a la corrupción. Eso aumenta de su legitimidad. ¿Contribuye también a la modernización del Partido Comunista? Seguramente.

¿Llevará al establecimiento de instituciones democráticas al estilo de las que nos gustarían en las democracias liberales? Seguramente no. La pregunta de si China va a abrirse a la implantación de instituciones democráticas funcionales y qué papel va a jugar Internet en este proceso sigue sin tener respuestas claras”.

Los invito a ver los siguientes 12 minutos de Evgeny Morozov durante su TED talk y me cuenten que les parece la tesis propuesta.

Twitter de Evgeny Morozov

Fuentes: ConectadosReVisto

Los límites de la ciberdisidencia

In Malas Viejas on 29 junio, 2010 at 10:25 AM

Tal vez haya habido demasiado entusiasmo mediático al valorar el potencial de los ‘blogueros‘ y las redes sociales para combatir regímenes autoritarios. Estos, desde Cuba a Irán, ya han encontrado cortafuegos.

En los últimos meses, los interesados en cómo las nuevas tecnologías pueden facilitar un desafío a las sociedades autoritarias hemos asistido a una interesante polémica entre los investigadores, escritores y, por supuesto, blogueros Evgeny Morozov y Clay Shirky. Diversos medios anglosajones (Prospect, The Wall Street Journal, Foreign Policy) han publicado argumentos del debate, que abarca fenómenos muy diferentes (las movilizaciones postelectorales bielorrusas, en 2006; las manifestaciones de los monjes birmanos en 2007; la llamada revolución verde que sacudió Irán hace justo un año…), pero con un denominador común:

El importante papel que han jugado las nuevas tecnologías en su organización y en la divulgación, casi instantánea, de la represión gubernamental.

Engrosadas por una amplia repercusión mediática, las expectativas de quienes vieron en las nuevas tecnologías la clave de una nueva y glamorosa forma de lucha política, capaz de emancipar a la sociedad civil por los caminos de la protesta masiva, han quedado un tanto defraudadas. El resultado a la vista es que ninguno de esos movimientos ha conseguido derrocar a régimen alguno, aunque sin duda los ha debilitado de cara a la opinión pública internacional.

Morozov, pesimista hasta la exageración, llega incluso a culpar a los partidarios de la ciberdisidencia y al excesivo entusiasmo mediático de perjudicar las causas que trataban de promover y de provocar justo lo contrario de lo que pretendían: una mayor represión, una extensión de los límites de la vigilancia autoritaria.

Un artículo de Golnaz Esfandiari en el último número de Foreign Policy, dedicado a Irán, describía la «Revolución Twitter» del año pasado como «un meme irresistible» para demasiados analistas y periodistas, «una de esas historias que se escriben solas». Todo parece indicar que, en efecto, la prensa occidental exageró el verdadero impacto de Twitter como medio de comunicación de los activistas que estaban sobre el terreno.

Cualquiera que sea nuestra posición ante esta polémica, bien aplaudamos el entusiasmo de Shirky a propósito de la «organización sin organizaciones», la «nueva estructura cívica» o la «enfermedad tecnológica autoinmune», o, en cambio, compartamos el pesimismo de Morozov y otros al sugerir que los Estados autoritarios son lo bastante fuertes como para resistir el descontento popular y reprimir a los ciberdisidentes, resulta evidente que el panorama de la contestación política en sociedades cerradas ha sufrido en estos últimos años una mutación importante, asociada al uso de nuevos medios tecnológicos.

Uso el término «mutación» para dejar claro que no se trata solo de una nueva manera de transmitir el discurso de la disidencia clásica. No es solo cuestión de contar con «nuevas herramientas», más ágiles y seguras que aquellas proclamas o samizdats que antes se pasaban de mano en mano. Esas «herramientas» han comenzado a generar nuevas y contagiosas formas de organización social que, además de traducirse o no en protestas masivas, pueden ayudar a reconstruir el tejido de la sociedad civil.

Tal vez en esa novedosa y atractiva condición de la ciberdisidencia estén también los gérmenes de su fracaso a corto plazo. Porque las sociedades autoritarias se han demostrado capaces de adecuar sus técnicas de represión a las nuevas tecnologías, y de aprovechar las ventajas de la democracia sin concedérselas a sus ciudadanos.

Se puede, como en el caso de China, crear clones locales (censurados) de los sitios más famosos de la Web 2.0, al estilo de Facebook o YouTube, y seguir manteniendo una Gran Muralla cibernética argumentando motivos de seguridad. En otros casos, como ha hecho el régimen iraní, un gran ejército casi invisible de esbirros pagados y «verdaderos creyentes» se dedica a cazar disidentes y a distorsionar los debates en la Red -e, incluso, a fabricar «hechos» a conveniencia-.

Lo triste es que todo esto sucede, muchas veces, con la complicidad de compañías occidentales como Nokia y Siemens, que han estado vendiendo a Irán la tecnología y el know-how necesario para vigilar Internet.

Desde el pasado septiembre, los Guardianes de la Revolución iraní son los dueños del emporio de las telecomunicaciones que controla todo el acceso a la Red, los teléfonos celulares y las redes sociales. «La historia de la ciberyihad iraní«, hacía notar hace poco Abbas Milani, «ha pasado casi inadvertida en los medios occidentales, a pesar de su gran escala».

Tiene razón. Hace unos meses yo mismo participé en un encuentro con ciberdisidentes auspiciado por el George Bush Institute, Freedom House y el Berkman Center de la Universidad de Harvard. La preocupación principal de todos los bloguerosy expertos con los que pude conversar allí era la tecnología que personas inescrupulosas están vendiendo a Gobiernos censores como China, Siria o Irán, y el uso cada vez más activo que esos Gobiernos hacen de los nuevos medios.

Se trata, en pocas palabras, de combatir la revuelta digital con sus propias armas, una estrategia atractiva, incluso para el presidente venezolano, Hugo Chávez, que en un mes pasó de censor de la Red a twittero célebre. Sin embargo, en Latinoamérica la balanza se inclina, por el momento, hacia quienes usan las nuevas tecnologías para incentivar la protesta social.

Incluso una sociedad como la cubana, que participa de manera marginal en el auge de las nuevas tecnologías -no olvidemos que en la isla las estadísticas más optimistas de acceso a Internet rondan el 10% de su población, y que conectarse una hora cuesta la mitad del salario medio- se ha colocado en el mapa de la ciberdisidencia gracias a la acción de una élite decidida a explotar las ventajas democráticas de los nuevos medios.

Inspirados por Yoani Sánchez y otros blogueros, muchos jóvenes cubanos han perdido el temor a opinar. En la isla aumenta el uso de móviles para documentar la represión y son cada vez más numerosas las «filtraciones» de información vedada. Twitter sigue creciendo. El castrismo tiene serias razones para preocuparse si la disidencia tradicional y los blogueros deciden hacer causa común en varios frentes, aprovechando el mecanismo de las «cascadas de información», descrito por Susanne Lohmann y aplicado por Shirky al activismo digital.

Por eso ha comenzado a usar la misma estrategia de Irán: una contraofensiva cibernética que incluye la renovación de sus webs, mayor presencia en redes sociales, plataformas de blogs oficialistas dedicados a difamar y criticar a los blogueros independientes, cibercomandos de respuesta rápida formados por estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas…

Por el momento, estos métodos no han bastado para limitar a los blogueros. Pero el Gobierno sigue postergando la conexión del cable de banda ancha desde Venezuela -previsto, ahora, para 2011-, así que la blogosfera cubana exhibe todavía, para desgracia de tirios y troyanos, una influencia limitada.

¿Bastan todos estos síntomas para confiarle a Internet un rol clave en la contestación política de nuestra época?

La mutación propiciada por las nuevas tecnologías es un síntoma estimulante, pero corre el riesgo de quedarse estancada en acciones confusas y sin un público definido. En sociedades autoritarias, la confusión entre «medio» y «mensaje» no parece haber contribuido a una libertad que rebase las alternativas a la prensa oficial, y el uso político de la Red se ha demostrado más influyente en sistemas con altos índices de democracia y transparencia.

Cada vez más analistas se preguntan hasta qué punto puede derrocarse a un régimen desde esa especie de ilusión democrática (y narcisista) que propicia Internet. A lo mejor en esos escenarios donde el espacio para los reclamos libertarios es por fuerza minoritario y demasiado susceptible de control, hay que volver a los viejos métodos del disidente tradicional: hacer huelgas, salir a las calles, arriesgar un desafío que dependa menos de la imagen mediática.

Fuente: Diario El País

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