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Activismo y democracia durante el liberalismo del iPod

In Malas Viejas on 12 noviembre, 2010 at 8:37 PM

Evgeny Morozov es a la vista un gordito ruso e inofensivo, aunque detrás de esos lentes y miradas de oficinista se oculta una teoría sobre la sociedad e internet que a mas de uno a sorprendido estos años. El periodista belarús, invita a pensar que internet y las innovaciones tecnológicas no siempre promueven la libertad y la democracia. Su tesis es la crítica a lo que llama El liberalismo del iPod y vale la pena oírlo.

¿Internet ayuda a los regímenes opresivos a reprimir la disidencia? Morozov demuestra que muchas veces el “dejar hacer en Internet” y no operar con la censura directa y explícita puede ser un recurso todavía más efectivo para los que entienden la potencialidad de la plataforma online.

Según el autor, Twitter es fantástico para compartir enlaces y comunicarse con los amigos, pero no tan eficaz a la hora de fomentar la democracia y derrocar dictaduras. Sobre Internet reniega que nos dijeron que marcaría el comienzo de una nueva era de libertad, activismo político y paz perpetua. Se equivocaron.

«Si sólo nos centramos en cómo utiliza la gente las redes sociales a la hora de organizarse antes, durante y después de unas elecciones, pasamos por alto los restantes efectos que a largo plazo tiene Internet sobre la vida pública, social y política de los Estados autoritarios.

¿No deberíamos preguntarnos si la Red no vuelve a la gente más receptiva a los mensajes nacionalistas? ¿O si no podría favorecer una ideología- ligeramente hedónica- que de facto mantiene a las personas más alejadas que nunca de la participación política razonable? ¿Facilita tal vez en las dictaduras el acceso al poder de fuerzas no estatales, pero que no apuestan precisamente por la democracia y la libertad?

Éstas son preguntas difíciles para las que no encontraremos respuestas mientras nos centremos en quién ve más aumentada su influencia durante una ola de protestas: si el Estado o los manifestantes. Porque, bueno, algunos países no viven muchas olas de protestas. O elecciones. En China, los procesos electorales a nivel nacional no existen.

«Si por lo tanto nos preguntamos: ‘¿qué influencia ejerce Internet sobre las oportunidades de democratización de Estados como China?’, tendremos que considerar algo más que la capacidad de sus ciudadanos de comunicarse entre sí o con quienes les apoyan desde Occidente. Hace poco me topé con una estadística fascinante: al parecer, hasta 2003 el gobierno chino había invertido 120.000 millones de dólares en el e-gobierno, y unos 70 millones en el Escudo Dorado, su proyecto de censura.

Comparando estas dos cifras puede constatarse lo entusiasta que se muestra el Ejecutivo chino ante las posibilidades que le brinda la actividad en línea. Nada sorprendente: ésta mejora su eficiencia y le hace aparecer más transparente y resistente a la corrupción. Eso aumenta de su legitimidad. ¿Contribuye también a la modernización del Partido Comunista? Seguramente.

¿Llevará al establecimiento de instituciones democráticas al estilo de las que nos gustarían en las democracias liberales? Seguramente no. La pregunta de si China va a abrirse a la implantación de instituciones democráticas funcionales y qué papel va a jugar Internet en este proceso sigue sin tener respuestas claras”.

Los invito a ver los siguientes 12 minutos de Evgeny Morozov durante su TED talk y me cuenten que les parece la tesis propuesta.

Twitter de Evgeny Morozov

Fuentes: ConectadosReVisto

Los límites de la ciberdisidencia

In Malas Viejas on 29 junio, 2010 at 10:25 AM

Tal vez haya habido demasiado entusiasmo mediático al valorar el potencial de los ‘blogueros‘ y las redes sociales para combatir regímenes autoritarios. Estos, desde Cuba a Irán, ya han encontrado cortafuegos.

En los últimos meses, los interesados en cómo las nuevas tecnologías pueden facilitar un desafío a las sociedades autoritarias hemos asistido a una interesante polémica entre los investigadores, escritores y, por supuesto, blogueros Evgeny Morozov y Clay Shirky. Diversos medios anglosajones (Prospect, The Wall Street Journal, Foreign Policy) han publicado argumentos del debate, que abarca fenómenos muy diferentes (las movilizaciones postelectorales bielorrusas, en 2006; las manifestaciones de los monjes birmanos en 2007; la llamada revolución verde que sacudió Irán hace justo un año…), pero con un denominador común:

El importante papel que han jugado las nuevas tecnologías en su organización y en la divulgación, casi instantánea, de la represión gubernamental.

Engrosadas por una amplia repercusión mediática, las expectativas de quienes vieron en las nuevas tecnologías la clave de una nueva y glamorosa forma de lucha política, capaz de emancipar a la sociedad civil por los caminos de la protesta masiva, han quedado un tanto defraudadas. El resultado a la vista es que ninguno de esos movimientos ha conseguido derrocar a régimen alguno, aunque sin duda los ha debilitado de cara a la opinión pública internacional.

Morozov, pesimista hasta la exageración, llega incluso a culpar a los partidarios de la ciberdisidencia y al excesivo entusiasmo mediático de perjudicar las causas que trataban de promover y de provocar justo lo contrario de lo que pretendían: una mayor represión, una extensión de los límites de la vigilancia autoritaria.

Un artículo de Golnaz Esfandiari en el último número de Foreign Policy, dedicado a Irán, describía la «Revolución Twitter» del año pasado como «un meme irresistible» para demasiados analistas y periodistas, «una de esas historias que se escriben solas». Todo parece indicar que, en efecto, la prensa occidental exageró el verdadero impacto de Twitter como medio de comunicación de los activistas que estaban sobre el terreno.

Cualquiera que sea nuestra posición ante esta polémica, bien aplaudamos el entusiasmo de Shirky a propósito de la «organización sin organizaciones», la «nueva estructura cívica» o la «enfermedad tecnológica autoinmune», o, en cambio, compartamos el pesimismo de Morozov y otros al sugerir que los Estados autoritarios son lo bastante fuertes como para resistir el descontento popular y reprimir a los ciberdisidentes, resulta evidente que el panorama de la contestación política en sociedades cerradas ha sufrido en estos últimos años una mutación importante, asociada al uso de nuevos medios tecnológicos.

Uso el término «mutación» para dejar claro que no se trata solo de una nueva manera de transmitir el discurso de la disidencia clásica. No es solo cuestión de contar con «nuevas herramientas», más ágiles y seguras que aquellas proclamas o samizdats que antes se pasaban de mano en mano. Esas «herramientas» han comenzado a generar nuevas y contagiosas formas de organización social que, además de traducirse o no en protestas masivas, pueden ayudar a reconstruir el tejido de la sociedad civil.

Tal vez en esa novedosa y atractiva condición de la ciberdisidencia estén también los gérmenes de su fracaso a corto plazo. Porque las sociedades autoritarias se han demostrado capaces de adecuar sus técnicas de represión a las nuevas tecnologías, y de aprovechar las ventajas de la democracia sin concedérselas a sus ciudadanos.

Se puede, como en el caso de China, crear clones locales (censurados) de los sitios más famosos de la Web 2.0, al estilo de Facebook o YouTube, y seguir manteniendo una Gran Muralla cibernética argumentando motivos de seguridad. En otros casos, como ha hecho el régimen iraní, un gran ejército casi invisible de esbirros pagados y «verdaderos creyentes» se dedica a cazar disidentes y a distorsionar los debates en la Red -e, incluso, a fabricar «hechos» a conveniencia-.

Lo triste es que todo esto sucede, muchas veces, con la complicidad de compañías occidentales como Nokia y Siemens, que han estado vendiendo a Irán la tecnología y el know-how necesario para vigilar Internet.

Desde el pasado septiembre, los Guardianes de la Revolución iraní son los dueños del emporio de las telecomunicaciones que controla todo el acceso a la Red, los teléfonos celulares y las redes sociales. «La historia de la ciberyihad iraní«, hacía notar hace poco Abbas Milani, «ha pasado casi inadvertida en los medios occidentales, a pesar de su gran escala».

Tiene razón. Hace unos meses yo mismo participé en un encuentro con ciberdisidentes auspiciado por el George Bush Institute, Freedom House y el Berkman Center de la Universidad de Harvard. La preocupación principal de todos los bloguerosy expertos con los que pude conversar allí era la tecnología que personas inescrupulosas están vendiendo a Gobiernos censores como China, Siria o Irán, y el uso cada vez más activo que esos Gobiernos hacen de los nuevos medios.

Se trata, en pocas palabras, de combatir la revuelta digital con sus propias armas, una estrategia atractiva, incluso para el presidente venezolano, Hugo Chávez, que en un mes pasó de censor de la Red a twittero célebre. Sin embargo, en Latinoamérica la balanza se inclina, por el momento, hacia quienes usan las nuevas tecnologías para incentivar la protesta social.

Incluso una sociedad como la cubana, que participa de manera marginal en el auge de las nuevas tecnologías -no olvidemos que en la isla las estadísticas más optimistas de acceso a Internet rondan el 10% de su población, y que conectarse una hora cuesta la mitad del salario medio- se ha colocado en el mapa de la ciberdisidencia gracias a la acción de una élite decidida a explotar las ventajas democráticas de los nuevos medios.

Inspirados por Yoani Sánchez y otros blogueros, muchos jóvenes cubanos han perdido el temor a opinar. En la isla aumenta el uso de móviles para documentar la represión y son cada vez más numerosas las «filtraciones» de información vedada. Twitter sigue creciendo. El castrismo tiene serias razones para preocuparse si la disidencia tradicional y los blogueros deciden hacer causa común en varios frentes, aprovechando el mecanismo de las «cascadas de información», descrito por Susanne Lohmann y aplicado por Shirky al activismo digital.

Por eso ha comenzado a usar la misma estrategia de Irán: una contraofensiva cibernética que incluye la renovación de sus webs, mayor presencia en redes sociales, plataformas de blogs oficialistas dedicados a difamar y criticar a los blogueros independientes, cibercomandos de respuesta rápida formados por estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas…

Por el momento, estos métodos no han bastado para limitar a los blogueros. Pero el Gobierno sigue postergando la conexión del cable de banda ancha desde Venezuela -previsto, ahora, para 2011-, así que la blogosfera cubana exhibe todavía, para desgracia de tirios y troyanos, una influencia limitada.

¿Bastan todos estos síntomas para confiarle a Internet un rol clave en la contestación política de nuestra época?

La mutación propiciada por las nuevas tecnologías es un síntoma estimulante, pero corre el riesgo de quedarse estancada en acciones confusas y sin un público definido. En sociedades autoritarias, la confusión entre «medio» y «mensaje» no parece haber contribuido a una libertad que rebase las alternativas a la prensa oficial, y el uso político de la Red se ha demostrado más influyente en sistemas con altos índices de democracia y transparencia.

Cada vez más analistas se preguntan hasta qué punto puede derrocarse a un régimen desde esa especie de ilusión democrática (y narcisista) que propicia Internet. A lo mejor en esos escenarios donde el espacio para los reclamos libertarios es por fuerza minoritario y demasiado susceptible de control, hay que volver a los viejos métodos del disidente tradicional: hacer huelgas, salir a las calles, arriesgar un desafío que dependa menos de la imagen mediática.

Fuente: Diario El País

+ Manual para Ciberdisidentes