Por Gabriel Marquez
1 de Abril de 1982 13:00. Hora Argentina. Buenos Aires
El despacho estaba agitado, no era lo usual. Dos botellas vacías de whisky reposaban sobre la pequeña mesa de vidrio, a su lado, tres vasos y una hielera que a esa altura, contenía nada más que agua helada. El dictador, y dos de sus asesores más cercanos, monitoreaban la hoja de ruta trazada por la inteligencia de la Marina.
–El ARA Santa Fe debe estar arribando al primer punto de marcación Teniente General– espetó uno de los colaboradores del dictador. – Vamos a partirle el culo a estos piratas sentenció con vehemencia el otro, mientras Galtieri sonreía con la soberbia propia de quienes ignoran el futuro que se les aproxima.
1 de Abril de 1982 16:00. Hora Argentina. Cerca de Malvinas
José Martin Gutiérrez había nacido en Bahía Blanca, fue allí donde, voluntariamente se unió a la Marina, para perseguir su vocación: el buceo.
Gutiérrez tenía 27 años, y a pesar de su corta edad, era un eximio buzo táctico, habiendo egresado de la escuela militar con honores. –Che, Contreras, ¿repasamos una vez más la misión? – le preguntó a uno de sus compañeros a quien notaba visiblemente nervioso. –Mira, te lo dije en Comodoro y te lo vuelvo a repetir, no creo que este momento sea el adecuado para semejante operación respondió este, entre titubeos, tratando de que su superior y el resto de sus compañeros a bordo del submarino no lo escuchen. –No seas cagón, che. Te dije en Bahía que esta todo calculado, ellos ya dijeron que no las pueden defender, yo mismo charle con el jefe de inteligencia y me mostro los cables telegráficos. –Tal como sostenía Gutiérrez, en llamadas telefónicas interceptadas por la inteligencia argentina, el Agregado Naval británico en Buenos Aires había expresado al Foreign Commonwealth Office que, de afrontar un conflicto bélico, Gran Bretaña tenía pocas chances de salir victoriosa.
Mientras el buzo táctico palmeaba en la espalda a su amigo con una ternura casi paternal, se encendió la luz roja que indicaba la inminencia de la operación, Contreras pareció entregarse, mientras que Gutiérrez, soltando una lagrima y elevando una plegaria recordó a su familia, a su pequeño hijo Javier y a su patria que tanto amaba.
1 de Abril de 1982 17:30. Hora Argentina. Washington D.C
El secretario de Estado Alexander Haig irrumpe en el despacho del Presidente Reagan con la cejas arqueadas; el cumulo de arrugas de su frente agrupadas en su máxima expresión dibujaban un mapa ferroviario. –Señor Presidente, me temo que nuestras predicciones eran acertadas. En estos momentos está por partir la Fuerza de Tareas de la Marina Argentina para retomar las Islas
Malvinas– Reagan, que era un hombre que sabía disimular la sorpresa, dejo al instante de leer el documento que tenía en sus manos, levantó la mirada y, arqueando una ceja pareció decir: ¿Qué carajo?
–Así es señor presidente, los argentinos han tomado por sorpresa a todo el mundo, nuestros satélites no detectaron los movimientos operacionales, porque, como usted sabe están centrados en controlar las acciones de los comunistas en el hemisferio norte; me acabo de enterar por una fuente interna de la Cancillería Argentina.
–Hay que avisarle a Thatcher– sentenció Reagan, pero Haig intentó contenerlo –Señor presidente, creo que todavía hay tiempo para una solución pacífica, avisarle a la Primer Ministro solo aceleraría la escalada bélica, recuerde que la resolución del 65 de Naciones Unidas conmina a negociar a Gran Bretaña y que, en gran parte la intransigencia de los negociadores de Thatcher empujó a la Argentina a tomar esta decisión… Aunque debo confesar, que nadie esperaba una incursión como la que “esta por suceder” –.
En aquellos tiempos, la información, aun para la primera potencia occidental, no fluía como en la actualidad, y Haig hablaba sobre una hipotética situación, que ya estaba en curso.
-¿Qué sugieres Alex?- preguntó Reagan a su secretario de Estado. A lo que Haig respondió, yo ya me comunique con el Canciller argentino, un hombre capaz, le repetí que de seguir el curso de las acciones Gran Bretaña consideraría la toma de Malvinas como un casus belli, y que nosotros nos pondríamos del lado británico, pero, parece que el Canciller no tiene ni voz ni voto en este tema, por ello, tal vez una llamada suya a Galtieri pueda detener o demorar los acontecimientos, no solo están en juego los interéses de nuestros aliados británicos, sino que un conflicto bélico en el Atlántico Sur comprometería varias unidades navales de la OTAN, que hoy sirven como barrera disuasoria ante cualquier incursión soviética. Hay que actuar ahora- fundamentó Haig.
1 de Abril de 1982 22:10 Hora Argentina. Buenos Aires
Mientras Gutiérrez, después de haber cumplido exitosamente su misión, se deshacía de sus pertrechos militares, ya en el submarino ARA Santa Fe, Galtieri mantenía una discusión con su canciller, Nicanor Costa Méndez.
–Teniente General, se ha comunicado nuevamente el presidente Reagan, quiere hablar con usted acerca de la situación en Malvinas.- sostuvo Costa Méndez, con evidente desesperación. La operación Rosario, se había ejecutado con tal sigilo, que la Cancillería argentina no estaba al tanto de su progreso, solo conocían que esta había comenzado–
–Mire Costa Méndez… – sostuvo el dictador con aguardentosa voz – La razón por la cual no le informé de los acontecimientos detalladamente es porque ya he decidido recuperar las Islas por la fuerza, habiendo fracasado las negociaciones, de hecho no pienso dar marcha atrás a menos que Thatcher se siente a discutir la soberanía–
El Canciller, una avezado diplomático de carrera, intentó señalarle a Galtieri, como quien le explica a un niño, que eso era imposible, y que los británicos, de por si intransigentes, jamás se sentarían a negociar bajo coerción, y que la escalada bélica llevaría inevitablemente a la guerra con Inglaterra.
Galtieri, quien, no se destacaba por su inteligencia, hizo caso omiso del concejo de su Canciller despachándolo airosamente de su oficina, concediéndole un último favor, que recibiría la llamada el presidente Reagan.
Los detalles de la charla, nunca fueron divulgados, pero si trascendió que Galtieri volvió a pedir que se negociara la soberanía, incluso en tono amenazante al presidente de la primera potencia occidental. Tal como la Historia lo escribiría más tarde, de esa charla no surgió nada constructivo, la suerte estaba echada.
2 de Abril de 1982 00:30 Hora Argentina. Puerto Argentino
La valentía y el coraje, tomaron cuerpo pasada la medianoche, cuatro kilómetros al sur de Puerto Argentino. El transporte de tropas ARA Cabo San Antonio, el rompehielos ARA Almirante Irizar y el buque transporte Isla de los Estados, desembarcaron el Batallón de Infantería de Marina Nº 2 compuesto por una Agrupación de Comandos Anfibios, una Sección de Tiradores del Ejército, un Grupo de Comandos Anfibios y una Reserva. Ellos, nuestros héroes, nuestros soldados, fueron a recuperar con amor incondicional, aquel fragmento de tierra que fue arrebatado del mapa argentino, estableciendo una paradoja que marcaría a fuego la historia de nuestra nación, mientras en Buenos Aires, un dictador asesino se bañaba en la gloria popular producto de la solidaridad argentina para con nuestros soldados, en las Islas los héroes, la mayoría de 18 años, peleaban hasta la muerte contra el frio, el hambre sin abrigo, sin armamento… sin liderazgo.
Treinta años después tenemos 649 razones para creer en la causa Malvinas, 649 historias que allí descansan, en las afueras de Puerto Argentino, en el seno de la hermana perdida, esperando que algún día, el pabellón que surque el cielo de las Islas sea el celeste y blanco.
La información es fidedigna, extraída del libro: Malvinas Diplomacia y Conflicto Armado. De Vicente Berasategui. La interacción de los personajes es ficcional y puede no haber existido.
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