Por Pamela Rudy
Desde Puerto Rico
Bret es un hombre americano, nacido en Texas, procedencia de la cual reniega por su mestizaje mexicano. De hecho cuando se enteró que yo era de Argentina, se extraño mucho y me confesó que en su espereotipada cabeza, todos los hispanoablantes ¨tienen cara de mexicanos¨. El suena despectivo a cada palabra, sea cual sea el tema. Creo que la arrogancia es parte de su tono de voz.
Nunca quise entablar una charla con él. Muchas veces lo escuché discutir a gritos con otros inquilinos y eso dio paso a mi repulsión. Es alto, debe medir un metro noventa, extremadamente flaco y un tanto encorvado. Tiene pelo rubio canoso, prácticamente blanco y largo hasta sobrepasar sus hombros. Nunca pude ver sus ojos porque usa lentes oscuros sin importar si el sol lo acompaña, pero que por su blancura debe evitar.
Camina con pasos largos y lentos, movilizando sus enorme brazos como para darse impulso. Vive en el primer piso de la pensión y suelo encontrarlo en el balcon fumando de su pipa negra, situaciones en las que muerde resentido sólo con la mirada. Jamás lo saludo y él no fuerza mi cortesía.
Hoy llegaron a la pensión dos sudafricanos de esos que son cuasi payos y hablan con acento inglés. Son chicos ¨super cool¨, que llegaron a la isla en busca de olas para surfear, alcochol y chicas. Luego de la cena, subí a la terraza a tomar aire fresco y ahí estaban los dos muchachos borrachos, junto a Bret. Jugaban al poker y bebian ron, cervezas (conté 15 latas vacías) y por el estado del cenicero, ya eran varias las etiquetas de Malboro despachadas.
Por primera vez en 5 meses, el misterioso hombre se dirigió a mi para ofrecerme un asiento en el festín. Sabía que iba a escuchar muchas cosas desagradables, pero la curiosidad suele ser más fuerte que yo.
Los comentarios ¨air head¨ de los pequeños saltamontes poco me importaron. Lo que sí, logré evacuar bastantes dudas sobre el hombre americano.
Tiene 48 años y vive en Puerto Rico hace dos. ¿Su vida? la nada. Sirvió a la marina de los Estados Unidos desde los 18 años y cuando finalmente consiguió su retiro, sin familia y con mil complejos, decidió que quería envejecer en el verano eterno. «Yo quiero ser un viejo de 80 años y estar surfeando y fumando marihuana como a los 20″. Borracho repitió esa frase mucho más de lo que él piensa.
Se nota que la sociedad no es su mejor compañía. Odia el idioma español y no tiene entre sus planes aprender a hablarlo. También corrige con desprecio mis imperfecciones en el inglés. No hizo jamás una pregunta a ninguno de los presentes, signo de que la vida de los demás poco le interesa. Él solo hacía comentarios de cuán mala es la comida boricua, de cuán caros son los taxis, de las cucarachas de la pensión y de lo mucho que odia la salsa… como si nos importara saberlo.
Yo, con mi justificado desprecio hacia sus comentarios, puedo llegar a entender el por qué de sus quejas. Él no hace nada. Creo que cuando las personas llegan a ser improductivas, incluso en sus provias vidas, sienten un grave recelo por las culturas en la que viven, luchan y son mucho más de lo que tienen. Hasta sentí una gota de compasión por un hombre tan solo que a temprana edad tira la toalla con ambiciones adolescentes.
Hubo un detalle inesperado que me arrancó largas carcajadas (no enfrente de él, por supuesto). Bret ama el reggaeton. Si, leiste bien. Cuando hablar del ritmo, levanta los brazos y mueve sus caderas con un swing brusco y abrumado por sus largas extremidades. Prefería haberlo imaginado bailando antes que verlo, pero repito: me agarró de sorpresa.
Dice que es el ritmo del futuro y que esta siendo censurado. Reniega que en los festivales de la isla lo reemplacen por la salsa que es «cosa de viejos». Inmediatamente nos mostramos entusiastas con el reggaeton, fue rápido a buscar su computadora y comenzó a sonar Calle 13 a todo volumen en aquella confundida terraza. Parecía un niño.
Me preguntó el significado de varias frases y yo, sorprendida por que al fin me dirigía una pregunta, le salvé varias dudas pero sin explayarme demasiado. Si, quizás debí ser más gentil, pero no entiendo por qué dice odiar el español cuando es fanático de la musica que honra la jerga literaria de la nueva generación. Le dije que si quería saber más sobre las letras, sería mejor que aprenda el idioma. «Ni en mis sueños» dijo entre dientes y yo no iba a seguir alimentando su falso ego de americano autosuficiente.
Quién sabe cómo fue su pasado. Nadie es quién para juzgarlo. Él pretende que la gente le tema y, al fin y al cabo, es la manera más fácil que encontró para hacerse respetar. Quizás un mágico toque del hermoso destino lo haga dedicarse a vivir sus pasiones… en lugar de morir frente a todos sus temores.
> Esta autora es Columnista permanente de este Blog
Los caminos han vuelto a tirar los dados y parece que Pamela viaja a otro país, por lo que pronto nos contará ese proceso de cambio y nuevas historias desde el destino elegido.